¿Sabes? Hace un par de semanas en la esquina izquierda de mi sentido
común, al lado de mi subconsciente sentía una especie de picor. Como si algo
quisiera que le prestara atención. Una noche le pregunté a la almohada. Esta
decía que era culpa de la Luna por recordarme a ti. Así que traté de escalar
con la ayuda de las cortinas a la red donde una vez encarcelaron a las
estrellas. Resbalé por el camino. Me agarré a las nubes donde me quedé
atrapada. El amanecer llegó y me dejé caer. No había modo de encontrar a la
Luna con el Sol alumbrando la bóveda.
Y así pasaron las noches, sin poder alcanzar la Luna hasta la noche en
que vino a mis sueños y me preguntó:
«¿Qué te pasa pequeña?
¿Por qué me lloras?»
Entonces desvanece. Y vuelvo a caer en sueños. Eres tú. Esos ojos de la
Luna no son. Esa piel tan oscura de la Luna no es. Esa nariz enorme la Luna no
la tiene.
«Porque no vuelves…»
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